Pasajeros del Titanic #6: Ann Elisabeth Isham y las mascotas del Titanic
Por fin estoy de vuelta con un post muy especial para mí. Aquí tenéis una nueva entrega de mi particular serie de posts sobre pasajeros del Titanic. Si no habéis leído las entregas anteriores os facilito aquí mismo los enlaces para que podáis acceder más rápido a ellas: #1, #2, #3, #4,#5.
Hoy es el turno de una mujer llamada Ann Elisabeth Isham, apodada Lizzie por sus más allegados. Esta es su historia:
Lizzie nació el 25 de enero de 1862 en Chicago, Illinois. Fue la hija mayor de Edward Swift y Frances Burch. Tenía dos hermanos: Pierrepont y Edward y una hermana, Frances.
Su padre se dedicaba a la politíca y a la abogacía y abrió un bufete de abogados llamado Lincoln & Beale con Robert Todd Lincoln, hijo del que fue presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln en Chicago, Illinois.
Durante su juventud, Lizzie vivió en Chicago, donde fue miembro del Friday Club y del Scribbler’s Club. Pasada esta epoca, en 1903 se fue a vivir a París con su hermana Frances, donde permaneció durante 9 años.
Otro de sus hermanos, Edward, vivía en Nueva York. Lizzie decició ir a pasar el verano con él acompañada por su perro, un enorme ejemplar de la raza gran danés del cual se desconoce el nombre. Para llegar a Nueva York, Lizzie y se perro se embarcaron en el Titanic en Cherburgo.
Lizzie se alojó en un camarote de primera clase, el C-49. Obtuvo un billete para su perro (los animales debían viajar con un billete de igual importe que los de los niños, lo que convertía el viajar con animales, en un verdadero lujo)
Los animales, por norma, no podían viajar en los camarotes con sus dueños así que se dispuso un espacio en el barco para acomodar a tan privilegiados animales. Algunas de estas mascotas tenían pólizas de seguro, ya que algunos de ellos eran animales de concurso. Estas pólizas nunca se llegarían a cobrar.
La perrera constaba de amplias y confortables jaulas, “camas” cómodas y calefacción. Estaba situada en la cubierta F, al lado de estribor.
El encargado de la perrera era el carpintero del buque, llamado John Hall Hutchinson, un inglés de 26 años. Su misión era que los animales viajaran de las forma más confortable posible
Cabe destacar el hecho de que con algunos perros de tamaño muy pequeño se hizo la vista gorda y se les permitió viajar con sus dueños en sus camarotes. Algunas mujeres ricas podían llegar a ser muy persuasivas.
Los perros salían a pasear varias veces al día por la cubierta de popa (la misma que transitaban los pasajeros de tercera clase). Los encargados de esta tarea eran los botones o incluso algún mayordomo. Este detalle en particular llamó la atención del director de cine James Cameron, que lo incluyó en su película de 1997.
Como curiosidad también cabe destacar que el capital del buque, Edward John Smith, gran amante de los perros, organizó un desfile que no pudo llevarse a cabo, el 15 de abril de 1912, para que todos los pasajeros pudieran admirar la belleza de aquellos hermosos animales.
Pero volvamos a Lizzie. La noche en que se produjo el fatídico choque contra el iceberg, Lizzie acudió a cubierta y pudo acceder a uno de los primeros botes salvavidas. Una vez estuvo acomodada en el bote preguntó si los perros serian liberados y rescatados. Ante la negativa de la tripulación y ante la imposibilidad de alojar a su perro consigo en el bote (su gran tamaño era similar al de una persona), Lizzie no lo dudó ni un segundo y saltó del bote. Corrió hacia la perrera para liberar a su tan querido compañero. Lizzie, que entonces tenia 50 años, no tenia hijos ni tampoco se había casado, y su perro era muy querido por ella, eran inseparables. Sentenció así su vida y permaneció junto a él hasta el final.
Al cabo de un par de días del hundimiento fue avistado el cuerpo congelado de una mujer muy bien vestida. Sus brazos rodeaban el cuerpo de un gran perro. Se cree con bastante seguridad que se trataba de Lizzie y su gran amigo, el gran danés.
Lizzie fue una de las 4 mujeres de primera clase que murieron en el Titanic. Tras la tragedia, su familia erigió un monumento en su honor en Vermont.
Esta es una historia realmente conmovedora, de las que emocionan y nos hacen ver que el amor y la amistad no entienden de razas, personas o animales, son tan reales como la vida misma.
Quiero dedicar esta historia a mi pequeñín, mi pequeño ángel de la guarda que siempre me acompaña. Por ti Lilo.