
Viena de septiembre: un paseo entre palacios, jardines y música
Viajar a un lugar nuevo siempre es algo emocionante. El pasado septiembre pudimos hacer este viaje que teníamos pendiente desde hace mucho tiempo: la elegante, verde y maravillosa Viena.
Hice muchas fotos, ya que constantemente había algo que llamaba mi atención, desde los verdes parques, los cuervos volando alegremente de árbol a árbol, hasta las majestuosas fachadas de elegantes edificios que veía por todas partes…por no hablar del legado imperial que tan bien conserva esta ciudad. ¡Algo que he intentado plasmar en este post… lee hasta el final y no te pierdas nada!
1. Un amanecer vienés: primeras impresiones
Cuando aterrizamos en Viena una mañana de principios de septiembre, la ciudad nos recibió con un aire tibio y una luz dorada casi cinematográfica. Las hojas de los árboles comenzaban apenas a insinuar un cambio de color, y en cada esquina se adivinaba algo clásico y elegante.
2. Palacios imperiales: ecos de poder y delicadeza
Recorrimos todos los palacios imperiales, y cada uno tenía su carácter. En Schönbrunn, el Gran Salón de Baile fue un momento de asombro: candelabros de cristal, molduras doradas, ventanales amplios que se abrían al jardín. Uno casi espera oír entre susurros el murmullo de un vals.
Dentro de estos palacios uno aprecia la combinación entre la grandeza del poder y los toques íntimos: estancias pequeñas, salones adjuntos, pasillos discretos que parecen secretos guardados.
Y es que, el Schönbrunn, el palacio más célebre, fue residencia de verano de la familia imperial y es fácil entender por qué. Su fachada, en ese amarillo característico que ya se ha convertido en sinónimo de «barroco vienés», se abre como un abanico hacia los jardines, invitando a imaginar carruajes, vestidos vaporosos y valses interminables. Pasear por sus jardines en un día soleado es vivir un sueño.

También visitamos el Hofburg, el palacio de invierno de los Habsburgo, más sobrio que Schönbrunn, pero no menos majestuoso. Aquí no se siente tanto el esplendor decorativo como el peso del poder. Sus alas albergan distintos espacios fundamentales: el Museo Sissi, la Escuela Española de Equitación, despachos imperiales y, lo que para mí fue una auténtica revelación, la Biblioteca Nacional Austriaca.
Esta joya, oculta entre los salones de gobierno y los patios de mármol, se presenta como un templo consagrado al conocimiento. La Sala Imperial (Prunksaal) es uno de los lugares más hermosos que he pisado nunca: una nave altísima decorada con frescos alegóricos que celebran el saber, estanterías interminables talladas en maderas nobles, y más de 200.000 volúmenes que duermen en silencio bajo la mirada de emperadores de mármol.

Fue mandada construir por Carlos VI en el siglo XVIII, no solo como biblioteca, sino como declaración de poder ilustrado. Y eso se percibe en cada rincón: en la luz que entra suavemente desde lo alto, en los detalles dorados, en ese perfume mezcla de papel antiguo y reverencia que flota en el aire.
Más que una biblioteca, es un palacio para los libros, un lugar donde uno camina despacio, en voz baja, como si cada paso pudiera despertar los secretos de siglos pasados. Me quedé un largo rato allí, sin hablar, solo respirando historia.
3. Los jardines como escenario de contemplación
Los jardines de Schönbrunn fueron para mí un descubrimiento continuo: senderos verdes bordados de setos, terrazas escalonadas, fuentes esculpidas. Las fuentes, con sus chorros danzantes y esculturas que parecen cobrar vida con el agua, fueron como poemas visuales.
Al caminar, metros tras metro, el sonido del agua hace de hilo conductor: un suave murmullo aquí, un estallido elegante allá, reflejos en los estanques. Y el verde: no sólo abundante, sino diverso: distintas tonalidades, juegos de sombra y luz, rincones íntimos…
4. Sissi: mito, melancolía y esplendor
El Museo Sissi nos adentró en esa figura tan idealizada como turbulenta. Vestidos exquisitos, joyas, retratos, cartas: objetos que revelan una sensibilidad, una lucha interior, una vida que no fue sólo luz y corona.
Me conmovió ver los detalles: espejos donde ella se veía, objetos personales pequeños, reliquias que hablan más de persona que de reina. Creo que allí entendí que Sissi no solo es mito, sino un “sí” a lo contradictorio: belleza y peso, exterior e interior.
5. La catedral de San Esteban y sus alrededores sagrados
La Catedral gótica de San Esteban es un hito de asombro: sus torres elevadas, su piedra oscura contrastando con el cielo, sus vitrales que filtran luz como secretos. Dentro, el aire se siente antiguo, con ecos modernos, rezos y pasos.
Al salir, rodeando la catedral, encontramos tiendas religiosas que parecían cápsulas del tiempo: rosarios, iconos, libros devocionales, imágenes finamente talladas. Ese contraste entre lo monumental y lo íntimo me pareció fascinante.
6. Sabores del desayuno: Demel y delicias vienesas
Para arrancar el día con ternura, fuimos al Café Demel. Croissants dorados, pasteles exactos, decoraciones de azúcar que parecen miniaturas, cafés humeantes servidos con delicadeza.
Ese momento de pausa fue sagrado: mesas de madera, luz tenue, conversación tranquila. Así se construyen memorias pequeñas que después brillan al recordarlas.
7. Música en el Musikverein: vinimos por arte, nos fuimos con el alma
En una de esas mañanas soleadas que la naturalez nos regaló, nos dejamos envolver por un concierto en el Musikverein. Allí, en esa sala emblemática, la música no se interpreta: se encarna. Violas, violines, silencios que hablan, cuerdas que vibran el aire. Sentí cada nota como un susurro antiguo.
8. Qué me enamoró de Viena en septiembre
- La luz templada y envolvente: sin apenas calor extremo, el clima fue perfecto para pasear.
- El equilibrio entre lo regio y lo accesible: palacios majestuosos conviven con rincones humildes que invitan a acercarse.
- La comunión entre arte, espiritualidad y naturaleza: iglesias, jardines, museos, cafés… todo fluye.
- Ese verde vivo que respira en la ciudad, incluso entre construcciones monumentales.
9. Curiosidades que quedaron en mi memoria
- En el Gran Salón de Baile de Schönbrunn se celebraban bailes imperiales con coreografías y códigos sociales muy precisos.
- Sissi adoraba los paseos, la naturaleza y huir del protocolo; esos jardines que hoy visitamos fueron su refugio íntimo.
- El Musikverein es famoso no solo por su nivel artístico, sino por una acústica que se dice casi perfecta: hasta el suspiro llega al fondo de la sala.
Epílogo: Viena, entre el oro y el silencio
Ahora que he vuelto, sigo viendo Viena ante mis ojos: fuentes que se alzan, catedrales que recortan el cielo, jardines que susurran. Me llevé su luz cálida de septiembre, su pulso elegante, su sensación de que cada rincón respira historias. Volveré, en otra estación, porque esta ciudad merece ser redescubierta una y otra vez.
¿Y vosotros, habéis visitado alguna vez esta ciudad? ¿También os fascina de figura de Sissí?
